LOS CUADROS DE SEPTIEMBRE (2012)


Este Soldado
muerto fue durante mucho tiempo atribuido a Velázquez y en la actualidad se
considera obra de un artista italiano del XVII influido por el gran maestro
español. Pero poco importan los problemas de autoría en comparación con la
intensidad emocional que se desprende de esta obra estremecedora. En contraste
con las abundantes representaciones de militares victoriosos, arrogantes,
captados en el fragor del combate, arrostrando con coraje la derrota o
recibiendo los laureles del triunfo, este pintor cuyo nombre ignoramos elige
como motivo central la figura solitaria y conmovedora de un soldado caído. No
es una imagen sangrienta: no vemos las heridas que han terminado con la vida de
este personaje, que apoya apaciblemente la mano derecha sobre su torso, como si
estuviera durmiendo, y protege con la izquierda su espada, símbolo de su honor
de guerrero. El escueto fondo de rocas y el cielo borrascoso –tan velazqueño-
desvinculan la escena de un entorno concreto y le dan un carácter universal. La
presencia de elementos simbólicos (la lámpara que se apaga y los huesos humanos
al pie del cadáver) nos hablan de la intención moral del pintor: hombre de su
época al fin y al cabo, pretende transmitirnos el mensaje de que todo en la
vida es vanidad. Como espectadora moderna, me reservo el derecho de interpretar
el cuadro como un homenaje al individuo anónimo, atrapado en los grandes
engranajes de la historia, tan insignificante frente a las grandes cifras, tan
importante en términos de humanidad.
La vida del pintor germano-americano Lyonel
Feininger (1871-1956) estuvo sometida a un movimiento de vaivén entre el Viejo
y el Nuevo Mundo. Nacido en Nueva York y afincado muy joven en Alemania, donde
participó en las grandes corrientes artísticas del momento, fue declarado “artista
degenerado” por el pujante nazismo, volvió a cruzar el Atlántico y se instaló
definitivamente en Estados Unidos. Esta fusión de elementos se refleja en su
obra, que tiene toques del expresionismo alemán, un fuerte componente cubista y
rasgos del cómic. Feininger nos ha dejado dinámicas visiones de la vida moderna
como esta Arquitectura II (El hombre de
Potin). La viveza de los colores, la descomposición de las figuras en sus
planos esenciales y la superposición de puntos de vista simultáneos crean una imagen
vistosa y juguetona del mundo urbano. Hay mucho de decorado teatral en estos
rascacielos de líneas caprichosas, en estas chimeneas que se recortan sobre el
cielo con un trazo casi infantil. Contribuye a ello la cortina roja que se abre
para que podamos asomarnos al exterior y que nos recuerda inevitablemente a un
telón: los personajes se convierten en actores –o títeres tal vez- de esta
escena callejera; el que observa el cuadro, en espectador de una función.
El del estudiante me deja perplejo, con que naturalidad capta su mirada inocente y los hombros caidos, como desencajado.
ResponderEliminarMe ha encantado. Gracias por hacérmelo descubrir.
Un saludo.
A mí también me impresiona este cuadro. Di con él por casualidad hará un par de meses, cuando tras visitar una exposición temporal en el Museo del Prado me puse a deambular sin rumbo fijo por las salas de pintura del XIX. Es extraño que nunca antes me hubiera fijado en él. Me conmovió la expresión del muchacho, a la vez candorosa y llena de firmeza. Y menuda técnica la de este pintor al que las enciclopedias apenas dedican unas líneas.
EliminarMe alegro de que haya sido también un descubrimiento para ti. Un saludo.