En este año Sorolla que está a
punto de terminar, ha sido increíblemente fácil encontrarse por doquier con las
maravillas del pintor valenciano. El último de estos gratos encuentros se ha
producido para mí en la Fundación Mapfre, donde se pueden contemplar hasta
enero las cuarenta obras que componen la muestra titulada Los veranos de
Sorolla. Esta exposición pequeña, tanto por el número de cuadros como por las
dimensiones de estos, se articula en torno a dos espacios que se corresponden
con los ámbitos geográficos en los que el pintor desarrolló sus increíbles
sensibilidad y pericia para captar el ambiente marítimo, con sus consiguientes
variaciones lumínicas y de atmósfera: Levante y el Cantábrico.
Siento una debilidad especial por las
obras de pequeño tamaño de este artista, realizadas con frecuencia sobre materiales
improvisados que nos indican que se trata de apuntes rápidos, tomados al hilo
de la impresión que unos personajes y un efecto de luz causaban en este pintor
exuberante, dotado de una imparable capacidad de crear. Me cuesta elegir entre
las que forman esta exposición, pero me quedo con dos obras que recrean escenas
de veraneantes en las playas del Cantábrico. Una es apenas un boceto que pone
en evidencia la facilidad de Sorolla para crear un ambiente con unas pocas pinceladas:
se trata del óleo sobre papel titulado escuetamente San Sebastián, en el
cual dos figuras femeninas de espaldas al espectador otean un mar agitado, bajo
un cielo cubierto por nubes grises. Son extraordinarias la eficacia de las
manchas de pintura para provocar sensaciones, la fusión entre el agua y la
arena de la playa y la economía de recursos con la que Sorolla traza las
figuras diseminadas en este frío espacio, alejado de sus populares y luminosas
imágenes de la costa levantina. La exposición tiene además el interés de mostrar
obras poco conocidas, procedentes de colecciones particulares, como Elena y
Susana en Biarritz, encantadora recreación de una escena de playa, en la
que la alegría de las juveniles modelos parece contagiarse a las coloridas
figuras recortadas sobre el siempre imponente telón del Cantábrico.
En las antípodas de la belleza del
universo de Sorolla, y de forma muy simbólica situada en el sótano del edificio
de la Fundación Mapfre, la exposición titulada Documento/Monumento recoge
una amplia muestra de la obra de Mathieu Pernot, fotógrafo de la marginación,
las ruinas y las variadas intemperies de la vida. Con su mirada franca e
incisiva y un peculiar estilo que oscila entre el más crudo documental y una
original reelaboración, Pernot explora todo tipo de exclusiones: la de quienes se
ven forzados a abandonar su tierra, la de quienes no encuentran un puesto en la
sociedad, la de los que ven derrumbarse su mundo a causa de la guerra.
En la serie titulada La ruina de su
morada, Pernot hace un recorrido por lugares de Oriente Próximo marcados
por las huellas de civilizaciones milenarias y por las trágicas consecuencias
de los conflictos presentes. La fotografía titulada Palmira muestra con
sobrecogedora austeridad ese contraste entre el pasado glorioso y la decadencia
actual a través de una sala del museo arqueológico, vacío de visitantes y
marcado por los estragos de la ocupación por el Estado Islámico. El desorden y
la suciedad del suelo, los desconchones en la pared y los huecos dejados por piezas
que fueron retiradas para preservarlas del desastre son un elocuente testimonio
de la locura y la sinrazón humanas, de la muerte de la belleza que toda guerra
supone.
A finales de 2022, Mathieu Pernot viajó a
Melilla para fotografiar la frontera entre España y Marruecos y añadir un
capítulo más a su larga reflexión sobre el drama de los emigrantes. La mirada
de Pernot se detiene en el detalle esclarecedor, en el elemento humilde y pleno
de significados: la vegetación enmarañada que invade la zona limítrofe,
auténtica tierra de nadie, o los objetos perdidos por quienes aspiran a alcanzar
una vida más digna. Así sucede en la impresionante fotografía que recoge un
fragmento de la valla de Melilla plagada de prendas de vestir abandonadas.
Estos restos textiles, retorcidos y enredados en las alambradas, parecen tener
alma y nos hablan, de hecho, como si la tuvieran: de la miseria, de las
ilusiones perdidas, del fin de las esperanzas.
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