EN EXPOSICIÓN (XIV): LOS VERANOS DE SOROLLA / MATHIEU PERNOT

En este año Sorolla que está a punto de terminar, ha sido increíblemente fácil encontrarse por doquier con las maravillas del pintor valenciano. El último de estos gratos encuentros se ha producido para mí en la Fundación Mapfre, donde se pueden contemplar hasta enero las cuarenta obras que componen la muestra titulada Los veranos de Sorolla. Esta exposición pequeña, tanto por el número de cuadros como por las dimensiones de estos, se articula en torno a dos espacios que se corresponden con los ámbitos geográficos en los que el pintor desarrolló sus increíbles sensibilidad y pericia para captar el ambiente marítimo, con sus consiguientes variaciones lumínicas y de atmósfera: Levante y el Cantábrico.


Siento una debilidad especial por las obras de pequeño tamaño de este artista, realizadas con frecuencia sobre materiales improvisados que nos indican que se trata de apuntes rápidos, tomados al hilo de la impresión que unos personajes y un efecto de luz causaban en este pintor exuberante, dotado de una imparable capacidad de crear. Me cuesta elegir entre las que forman esta exposición, pero me quedo con dos obras que recrean escenas de veraneantes en las playas del Cantábrico. Una es apenas un boceto que pone en evidencia la facilidad de Sorolla para crear un ambiente con unas pocas pinceladas: se trata del óleo sobre papel titulado escuetamente San Sebastián, en el cual dos figuras femeninas de espaldas al espectador otean un mar agitado, bajo un cielo cubierto por nubes grises. Son extraordinarias la eficacia de las manchas de pintura para provocar sensaciones, la fusión entre el agua y la arena de la playa y la economía de recursos con la que Sorolla traza las figuras diseminadas en este frío espacio, alejado de sus populares y luminosas imágenes de la costa levantina. La exposición tiene además el interés de mostrar obras poco conocidas, procedentes de colecciones particulares, como Elena y Susana en Biarritz, encantadora recreación de una escena de playa, en la que la alegría de las juveniles modelos parece contagiarse a las coloridas figuras recortadas sobre el siempre imponente telón del Cantábrico.

En las antípodas de la belleza del universo de Sorolla, y de forma muy simbólica situada en el sótano del edificio de la Fundación Mapfre, la exposición titulada Documento/Monumento recoge una amplia muestra de la obra de Mathieu Pernot, fotógrafo de la marginación, las ruinas y las variadas intemperies de la vida. Con su mirada franca e incisiva y un peculiar estilo que oscila entre el más crudo documental y una original reelaboración, Pernot explora todo tipo de exclusiones: la de quienes se ven forzados a abandonar su tierra, la de quienes no encuentran un puesto en la sociedad, la de los que ven derrumbarse su mundo a causa de la guerra.

En la serie titulada La ruina de su morada, Pernot hace un recorrido por lugares de Oriente Próximo marcados por las huellas de civilizaciones milenarias y por las trágicas consecuencias de los conflictos presentes. La fotografía titulada Palmira muestra con sobrecogedora austeridad ese contraste entre el pasado glorioso y la decadencia actual a través de una sala del museo arqueológico, vacío de visitantes y marcado por los estragos de la ocupación por el Estado Islámico. El desorden y la suciedad del suelo, los desconchones en la pared y los huecos dejados por piezas que fueron retiradas para preservarlas del desastre son un elocuente testimonio de la locura y la sinrazón humanas, de la muerte de la belleza que toda guerra supone.

A finales de 2022, Mathieu Pernot viajó a Melilla para fotografiar la frontera entre España y Marruecos y añadir un capítulo más a su larga reflexión sobre el drama de los emigrantes. La mirada de Pernot se detiene en el detalle esclarecedor, en el elemento humilde y pleno de significados: la vegetación enmarañada que invade la zona limítrofe, auténtica tierra de nadie, o los objetos perdidos por quienes aspiran a alcanzar una vida más digna. Así sucede en la impresionante fotografía que recoge un fragmento de la valla de Melilla plagada de prendas de vestir abandonadas. Estos restos textiles, retorcidos y enredados en las alambradas, parecen tener alma y nos hablan, de hecho, como si la tuvieran: de la miseria, de las ilusiones perdidas, del fin de las esperanzas.

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