LOS CUADROS DE FEBRERO (2019)
El Surrealismo vuelve con
frecuencia a esta sección y esta vez lo hace a la manera imaginativa y en
cierta medida ingenua de la pintora inglesa Marion Elizabeth Adnams. Como una
niña que dejara correr su fantasía y construyera piezas uniendo los objetos más
dispares, Adnams dota de vida a la materia inerte para formar las figuras
humanas que protagonizan sus sorprendentes composiciones. La que encabeza estas
líneas tiene un título de lo más sugerente: La infanta perdida. Heredera
directa de las heroínas de relatos populares que se adentran en el bosque y con
ello en el peligro, esta joven formada por tiras de papel está rodeada por un
círculo de árboles despojados de hojas que semejan los barrotes de una jaula.
La escena está presidida ―no podría ser de otra forma― por una resplandeciente
luna llena que proyecta sombras en el suelo. Fríos tonos azules y violetas
inundan el conjunto, que produce una indudable inquietud en el que lo
contempla. Una imprecisa amenaza parece cernirse sobre la infanta sin rostro,
que se nos antoja el más frágil de los seres, al que un simple soplo de viento
podría arrastrar. Vuelvo a la imagen inicial de la fantasía infantil. Marion
Adnams juega a construir muñecas para dejarlas luego solas en la noche,
perdidas en la espesura, en un eco de nuestros viejos cuentos de la niñez.
El
pintor italiano Federico Zandomeneghi nos ha dejado esta elocuente plasmación
de la placidez y el descanso en su cuadro titulado En la cama. Iba a
escribir “descanso nocturno”, pero he eliminado el adjetivo en el último
momento; aparte de la luz que inunda la habitación, hay algo en la actitud de
la modelo que nos sugiere los instantes de molicie antes de abandonar el lecho
por la mañana: el más delicioso, en mi opinión, de los descansos. No es la
única vez que Zandomeneghi aborda un tema semejante, pero en este caso lo hace
creando una imagen de inigualable sensualidad. Los brazos alzados de la mujer,
la cabellera extendida sobre la almohada y el desorden de la ropa nos hablan
del más absoluto de los abandonos. El autor ha circunscrito los límites de su
escena a la cama y el muro situado tras esta, creando un intenso efecto de
intimidad. En este mundo cerrado, somos testigos indiscretos de un instante de
lo más personal. Es maravilloso el estudio de los estampados de las telas, el
vistoso dorado de la pared y el delicado azul de la colcha, en contraste con la
blancura de sábanas y camisón. Este ámbito pequeño y exquisito nos hace
partícipes del gozo sensorial que en ocasiones proporciona el simple hecho de
existir.
La
pintora británica Dod Procter capta a la perfección el desaliento de los que se
sienten fuera de lugar en el cuadro titulado En una tierra extraña. La
artista parte de una precisión en el dibujo que nos recuerda a los pintores del
primer Renacimiento italiano. Hasta el último detalle de la figura humana y del
paisaje están reflejados con esmero y detalle. La protagonista de la escena se
recorta de forma nítida sobre un fondo pulcro y ordenado, en una evocación de
los retratos de Ghirlandaio y sus contemporáneos. Es la captación del estado de
ánimo de la modelo a través del rostro y la actitud corporal lo que convierte
este cuadro en una obra extraordinaria: la mirada perdida, los labios
apretados, la mano suspendida en el aire a la mitad de un pensamiento que se
nos antoja sombrío, nos hablan de melancolía, cansancio, soledad. El bonito y
acogedor paisaje del fondo no es el territorio que esta mujer desearía habitar.
Ella viene de otros mundos más alegres y coloridos, luminosos como las prendas
que la cubren y que la destacan sobre un espacio suave y tamizado,
necesariamente ajeno.
La
pintora danesa Bertha Wegmann crea su obra en la época en que están escribiendo
Ibsen, Strindberg, Chéjov. Sus retratos participan de la penetración
psicológica y la capacidad de reflejar la condición humana de los grandes
realistas; desprenden la sensación de autenticidad y la vaga tristeza que nos
produce la lectura de textos que plasman una forma de vida ya pasada. El título
del que encabeza estas líneas parece el de un relato de Chéjov: Mujer de
negro con bolso y sombrero. Su protagonista podría también ser una heroína
salida de la pluma del autor ruso: pensativa, vestida con un luto riguroso que
nos habla de dolores recientes, poseedora de una mirada grave y sabia, llena de
experiencia. El rigor cromático de su vestimenta se extiende a todo el cuadro,
resuelto a base del negro y la gama de los marrones, excepto por la tímida
presencia de un ramillete de flores lilas que asoma por la esquina inferior
derecha. Es el único elemento colorido y también esperanzador en esta escena
melancólica. Quizá esta mujer que parece haberlo vivido todo tenga aún algo que
esperar del futuro.
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