PINTANDO HISTORIAS
Por
una vez, y sin que sirva de precedente, voy a ponerme navideña. Lo voy a hacer
de la mano de uno de mis últimos descubrimientos, el ilustrador italiano
Roberto Innocenti, que con sus fantásticas creaciones ha dado corporeidad,
entre muchos otros, a los personajes y escenarios del Cuento de Navidad de Charles Dickens.
Los
ilustradores son uno de los grupos humanos que más envidia me producen. Aúnan la
habilidad de pintar con la de llevar al papel las sugerencias que despierta en
ellos la palabra escrita. Son, me parece a mí, lectores por partida doble,
puesto que ese proceso de imaginar que todo lector realiza no se queda en su
mente, sino que se vuelca de nuevo hacia el exterior para hacerse físico y ser
compartido. Sus producciones son el resultado gráfico y palpable de la
capacidad humana para interpretar a su manera las creaciones de otro. Qué no
daría yo por ser capaz de volcar en líneas y colores las imágenes que asaltan
mi mente en cuanto una historia prende mi atención. Porque creedme: el señor
Scrooge y los fantasmas que habitan mi cerebro desde la primera vez que leí Cuento de Navidad son maravillosos, pero
nunca serán capaces de salir de ahí.
Roberto
Innocenti es un ilustrador que lleva desde finales de los setenta dando cuerpo,
color y movimiento a personajes tan populares como Pinocho, Cenicienta, los
piratas de Stevenson y, cómo no, el inimitable Ebenezer Scrooge. Hace unos días
descubrí las preciosas imágenes del Londres previctoriano con las que ilustró
el relato de Dickens y quedé fascinada. Innocenti se mueve entre la precisión y
la sugerencia, la fidelidad a los detalles y la puerta abierta a la fantasía.
Es un dibujante extraordinario y ―no me cabe la menor duda― un magnífico
lector. Os dejo con alguna de sus creaciones acompañadas por fragmentos de la
novela. Es, supongo, mi forma de desearos una feliz Navidad. Incluso los
acólitos del gran Scrooge lo hacemos de vez en cuando.
«…
digo de veras que se podría subir por aquellas escaleras con una carroza
fúnebre y ponerla a lo ancho, con el balancín hacia la pared y la puerta hacia
la balaustrada; y se podría hacer con facilidad. Había anchura suficiente y aun
sobraría sitio; tal vez por esta razón, Scrooge pensó que veía moverse delante
de él, en la penumbra, un coche de pompas fúnebres. Media docena de lámparas de
gas del alumbrado público no hubieran sido excesivas para iluminar la entrada
de la casa, de manera que se puede imaginar la oscuridad que había con la vela
de sebo de Scrooge.»
«Por el aire se movían sin
descanso, de un lado a otro, numerosísimos fantasmas que gemían al pasar. Todos
llevaban cadenas como las del fantasma de Marley; unos cuantos (tal vez
gobiernos culpables) iban encadenados en grupo; ninguno estaba libre de
cadenas. Scrooge había conocido en vida a muchos de ellos. Había tenido
bastante relación con un viejo fantasma que llevaba un chaleco blanco y una
monstruosa caja de caudales atada al tobillo, que lloraba compungido porque le
era imposible auxiliar a una desdichada mujer con un hijito, a la que estaba
viendo allá abajo apoyada en el quicio de la puerta. Claramente se percibía que
el tormento de todos ellos consistía en que deseaban intervenir, para bien, en
situaciones humanas, pero habían perdido para siempre la capacidad de hacerlo.»
«La gente que paleaba la nieve en los tejados estaba llena de jovialidad y cordialidad; se llamaban unos a otros desde los parapetos y, de vez en cuando, intercambiaban bolazos de nieve ―proyectil bastante más inofensivo que muchos comentarios jocosos―, riendo con todas las ganas si daba en el blanco y con no menos ganas si fallaba. Las tiendas de los polleros todavía estaban medio abiertas y las de los fruteros irradiaban sus glorias. Allí había grandes cestos de castañas redondos, panzudos como viejos y alegres caballeros, recostados en las puertas y desbordando hacia la calle en su apoplética opulencia.»
«La habitación estaba muy oscura, demasiado oscura para ver
con detalle aunque Scrooge, obedeciendo a un impulso secreto, miraba ansioso de
saber qué clase de habitación era. Del exterior venía una pálida luz que caía
directamente sobre el lecho, y en éste yacía el cadáver de aquel hombre,
despojado, desposeído, sin que le velaran, sin que le lloraran, sin que le
atendieran.»
«Scrooge cumplió más de lo
prometido. Lo hizo todo y muchísimo más; fue un segundo padre para Tiny Tim,
que no murió. Se convirtió en el amigo, amo y hombre más bueno que se conoció
en la vieja y buena ciudad o en cualquier otra buena ciudad, pueblo o parroquia
del bueno y viejo mundo.»
No conocía al ilustrador. Las imágenes son preciosas y captan perectamente el espíritu de la obra de Dickens. Y sin que sirve de precedente (como dices al principio), es algo interesante sobre la Navidad.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que te guste. En cuanto lo descubrí sentí la imperiosa necesidad de compartirlo. Yo también pienso que las ilustraciones de Innocenti captan a la perfección el espíritu de la obra de Dickens, o al menos tal como la entiendo yo. ¿No es maravilloso, ese don de plasmar gráficamente la propia lectura, para que los demás puedan sentirse identificados con ella?
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